miércoles, 30 de enero de 2008

La Biblia

Por Etoile Plata.
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Estaba pensando en que libro leer. Hablé con varias personas, en varios lugares, leí introducciones de diferentes libros, investigué sobre distintos autores yvarios libros hasta que por fin encontré el libro perfecto; la Biblia.

La Biblia (del griego, τα βιβλία, que significa "los libros"), es el conjunto de libros canónicos del judaísmo y del cristianismo.

Es la recopilación de muchos documentos separados (llamados "libros"), escritos primero en hebreo, arameo y griego durante un periodo considerable de tiempo y después reunidos para formar la Biblia Hebrea ( Antiguo Testamento para los cristianos) y luego el Nuevo Testamento. Ambos testamentos forman la Biblia cristiana. La Biblia fue escrita a lo largo de aproximadamente 1000 años (900 adC - 100 dC). Los textos más antiguos se encuentran en el Libro de Jueces ("Canto de Deborah")

El Antiguo Testamento narra principalmente la historia de los hebreos; el Nuevo Testamento la vida, muerte y resurrección de Jesús, su mensaje y la historia de los primeros cristianos.

Durante los siguientes posts estaré contándoles acerca de los libros del Antiguo testamento y posteriormente del nuevo testamento.

Algunos de los libros del antiguo testamento de los cuales hablare son:

  1. Génesis
  2. Éxodo
  3. Levítico
  4. Números
  5. Deuteronomio
  6. Josué
  7. Jueces
  8. I Samuel
  9. II Samuel
  10. I Reyes
  11. II Reyes
  12. I Crónicas
  13. II Crónicas
  14. Esdras
  15. Nehemías
  16. Rut
  17. Tobit
  18. Judit
  19. Ester
  20. I Macabeos
  21. II Macabeos
  22. Isaías
  23. Jeremías
  24. Ezequiel
  25. Daniel
  26. Oseas
  27. Joel
  28. Amós
  29. Abdías
  30. Jonás
  31. Miqueas
  32. Nahúm
  33. Habacuc
  34. Sofonías
  35. Ageo
  36. Zacarías
  37. Malaquías
  38. Baruc
  39. Salmos
  40. Cantar de los Cantares
  41. Lamentaciones
  42. Job
  43. Proverbios
  44. Eclesiastés
  45. Sabiduría
  46. Sirácida

Algunos de los libros del nuevo testamento de los cuales hablare son :

1. Evangelio de Mateo
2. Evangelio de Marcos
3. Evangelio de Lucas
4. Evangelio de Juan
5. Hechos de los apóstoles
6. Epístola a los romanos
7. Primera epístola a los corintios
8. Segunda epístola a los corintios
9. Epístola a los gálatas
10. Epístola a los efesios
11. Epístola a los filipenses
12. Epístola a los colosenses
13. Primera epístola a los tesalonicenses
14. Segunda epístola a los tesalonicenses
15. Primera epístola a Timoteo
16. Segunda epístola a Timoteo
17. Epístola a Tito
18. Epístola a Filemón
19. Epístola a los hebreos
20. Epístola de Santiago
21. Primera epístola de San Pedro
22.Segunda epístola de San Pedro
23. Primera epístola de San Juan
24. Segunda epístola de San Juan
25. Tercera epístola de San Juan
26. Epístola de San Judas
27. Apocalipsis de San Juan

lunes, 28 de enero de 2008

Napoleón Bonaparte

Tomado de http://www.biografiasyvidas.com/monografia/napoleon/

Napoleón nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, capital de la actual Córcega, en una familia numerosa de ocho hermanos, la familia Bonaparte o, con su apellido italianizado, Buonaparte. Cinco de ellos eran varones: José, Napoleón, Lucien, Luis y Jerónimo. Las niñas eran Elisa, Paulina y Carolina. Al amparo de la grandeza de Napolione -así lo llamaban en su idioma vernáculo-, todos iban a acumular honores, riqueza, fama y a permitirse asimismo mil locuras. La madre, María Leticia Ramolino, era una mujer de notable personalidad, a la que Stendhal eligió por su carácter firme y ardiente.

Carlos María Bonaparte, el padre, siempre con agobios económicos por sus inciertos tanteos en la abogacía, sobrellevados gracias a la posesión de algunas tierras, demostró tener pocas aptitudes para la vida práctica. Sus dificultades se agravaron al tomar partido por la causa nacionalista de Córcega frente a su nueva metrópoli, Francia; congregados en torno a un héroe nacional, Paoli, los isleños la defendieron con las armas. A tenor de las derrotas de Paoli y la persecución de su bando, la madre de Napoleón tuvo que arrostrar durante sus primeros alumbramientos las incidencias penosas de las huidas por la abrupta isla; de sus trece hijos, sólo sobrevivieron aquellos ocho. Sojuzgada la revuelta, el gobernador francés, conde de Marbeuf, jugó la carta de atraerse a las familias patricias de la isla. Carlos Bonaparte, que religaba sus ínfulas de pertenencia a la pequeña nobleza con unos antepasados en Toscana, aprovechó la oportunidad, viajó con una recomendación de Marbeuf hacia la metrópoli para acreditarlas y logró que sus dos hijos mayores entraran en calidad de becarios en el Colegio de Autun.

Los méritos escolares de Napoleón en matemáticas, a las que fue muy aficionado y que llegaron a constituir una especie de segunda naturaleza para él -de gran utilidad para su futura especialidad castrense, la artillería-, facilitaron su ingreso en la Escuela Militar de Brienne. De allí salió a los diecisiete años con el nombramiento de subteniente y un destino de guarnición en la ciudad de Valence.

Juventud revolucionaria

A poco sobrevino el fallecimiento del padre y, por este motivo, el traslado a Córcega y la baja temporal en el servicio activo. Su agitada etapa juvenil discurrió entre idas y venidas a Francia, nuevos acantonamientos con la tropa, esta vez en Auxonne, la vorágine de la Revolución, cuyas explosiones violentas conoció durante una estancia en París, y los conflictos independentistas de Córcega. En el agitado enfrentamiento de las banderías insulares, Napoleón se creó enemigos irreconciliables, entre ellos el mismo Paoli, al romper éste con la Convención republicana y decantarse el joven oficial por las facciones afrancesadas. La desconfianza hacia los paolistas en la familia Bonaparte se fue trocando en furiosa animadversión. Napoleón se alzó mediante intrigas con la jefatura de la milicia y quiso ametrallar a sus adversarios en las calles de Ajaccio. Pero fracasó y tuvo que huir con los suyos, para escapar al incendio de su casa y a una muerte casi segura a manos de sus enfurecidos compatriotas.

Instalado con su familia en Marsella, malvivió entre grandes penurias económicas que a veces les situaron al borde de la miseria; el horizonte de las disponibilidades familiares solía terminar en las casas de empeños, pero los Bonaparte no carecían de coraje ni recursos. María Leticia, la madre, se convirtió en amante de un comerciante acomodado Clary, el hermano José se casó con una hija de éste, Marie Julie, si bien el noviazgo de Napoleón con otra hija, Désirée, no prosperó. Con todo, las estrecheces sólo empezaron a remitir cuando un hermano de Robespierre, Agustín, le deparó su protección. Consiguió reincorporarse a filas con el grado de capitán y adquirió un amplio renombre con ocasión del asedio de Tolón, en 1793, al sofocar una sublevación contrarrevolucionaria apoyada por los ingleses; el plan de asalto propuesto a unos inexperimentados generales fue suyo, la ejecución también y el éxito infalible.

En reconocimiento a sus méritos fue ascendido a general de brigada, se le destinó a la comandancia general de artillería en el ejército de Italia y viajó en misión especial a Génova. Esos contactos con los Robespierre estuvieron a punto de serle fatales al caer el Terror jacobino, el 9 Termidor, y verse encarcelado por un tiempo en la fortaleza de Antibes, mientras se dilucidaba su sospechosa filiación. Liberado por mediación de otro corso, el comisario de la Convención Salicetti, el joven Napoleón, con veinticuatro años y sin oficio ni beneficio, volvió a empezar en París, como si partiera de cero.

Encontró un hueco en la sección topográfica del Departamento de Operaciones. Además de las tareas propiamente técnicas, entre mapas, informes y secretos militares, esta oficina posibilitaba el acceso a las altas autoridades civiles que la supervisaban. Y a través de éstas, a los salones donde las maquinaciones políticas y las especulaciones financieras, en el turbio esplendor que había sucedido al implacable moralismo de Robespierre, se entremezclaban con las lides amorosas y la nostalgia por los usos del Antiguo Régimen.

Allí encontró a la refinada Josefina Tascher de la Pagerie, de reputación tan brillante como equívoca, quien colmó también su vacío sentimental. Era una dama criolla oriunda de la Martinica, que tenía dos hijos, Hortensia y Eugenio, y cuyo primer marido, el vizconde y general de Beauharnais, había sido guillotinado por los jacobinos. Mucho más tarde Napoleón, que declaraba no haber sentido un afecto profundo por nada ni por nadie, confesaría haber amado apasionadamente en su juventud a Josefina, que le llevaba unos cinco años. Entre sus amantes se contaba Barras, el hombre fuerte del Directorio surgido con la nueva Constitución republicana de 1795, quien por entonces andaba a la búsqueda de una espada, según su expresión literal, a la que manejar convenientemente para el repliegue conservador de la república y hurtarlo a las continuas tentativas de golpe de estado de realistas, jacobinos y radicales igualitarios. La elección de Napoleón fue precipitada por una de las temibles insurrecciones de las masas populares de París, al finalizar 1795, a la que se sumaron los monárquicos con sus propios fines desestabilizadores. Encargado de reprimirla, Napoleón realizó una operación de cerco y aniquilamiento a cañonazos que dejó la capital anegada en sangre. La Convención se había salvado.

Asegurada la tranquilidad interior por el momento, Barras le encomendó en 1796 dirigir la guerra en uno de los frentes republicanos más desasistidos el de Italia, contra los austríacos y piamonteses. Unos días antes de su partida se casó con Josefina en ceremonia civil, pero en su ausencia no pudo evitar que ella volviera a entregarse a Barras y a otros miembros del círculo gubernamental. Celoso y atormentado, terminó por reclamarla imperiosamente a su lado, en el mismo escenario de batalla.

Militar exitoso

Aquel general de veintisiete años transformó unos cuerpos de hombres desarrapados hambrientos y desmoralizados en una formidable máquina bélica que trituró el Piamonte en menos de dos semanas y repelió a los austríacos más allá de los Alpes, de victoria en victoria. Sus campañas de Italia pasarían a ser materia obligada de estudio en las academias militares durante innúmeras promociones. Tanto o más significativas que sus victorias aplastantes en Lodi, en 1796, en Arcole y Rívoli, en 1797, fue su reorganización política de la península italiana, que llevó a cabo refundiendo las divisiones seculares y los viejos estados en repúblicas de nuevo cuño dependientes de Francia. El rayo de la guerra se revelaba simultáneamente como el genio de la paz. Lo más inquietante era el carácter autónomo de su gestión: hacía y deshacía conforme a sus propios criterios y no según las orientaciones de París. El Directorio comenzó a irritarse. Cuando Austria se vio forzada a pedir la paz en 1797, ya no era posible un control estricto sobre un caudillo alzado a la categoría de héroe legendario.

Napoleón mostraba una amenazadora propensión a ser la espada que ejecuta, el gobierno que administra y la cabeza que planifica y dirige, tres personas en una misma naturaleza de inigualada eficacia. Por ello, el Directorio columbró la posibilidad de alejar esa amenaza aceptando su plan de cortar las rutas vitales del poderío británico -las del Mediterráneo y la India- con una expedición a Egipto. Así, el 19 de mayo de 1798 embarcaba rumbo a Alejandría, y dos meses después, en la batalla de las pirámides, dispersaba a la casta de guerreros mercenarios que explotaban el país en nombre de Turquía, los mamelucos, para internarse luego en el desierto sirio. Pero todas sus posibilidades de éxito se vieron colapsadas por la destrucción de la escuadra francesa en Abukir por Nelson, el émulo inglés de Napoleón en los escenarios navales.

El revés lo dejó aislado y consumiéndose de impaciencia ante las fragmentarias noticias que recibía de Europa. Allí la segunda coalición de las potencias monárquicas había recobrado las conquistas de Italia y la política interior francesa hervía de conjuras y candidatos a asaltar un Estado en el que la única fuerza estabilizadora que restaba era el ejército. Por fin se decidió a regresar a Francia en el primer barco que pudo sustraerse al bloqueo de Nelson, recaló de paso en su isla natal y nadie se atrevió a juzgarle por deserción y abandono de sus tropas, mientras subía otra vez de Córcega a París, ahora como héroe indiscutido.

Primer Cónsul

En pocas semanas organizó el golpe de estado del 18 Brumario (según la nueva nomenclatura republicana del calendario: el 9 de noviembre) con la colaboración de su hermano Luciano, el cual le ayudó a disolver la Asamblea Legislativa del Consejo de los Quinientos en la que figuraba como presidente. Era el año de 1799. El golpe barrió al Directorio, a su antiguo protector Barras, a las cámaras a los últimos clubes revolucionarios, a todos los poderes existentes e instauró el Consulado: un gobierno provisional compartido en teoría por tres titulares, pero en realidad cobertura de su dictadura absoluta, sancionada por la nueva Constitución napoleónica del año 1800.

Aprobada bajo la consigna de «la Revolución ha terminado», la nueva Constitución restablecía el sufragio universal que había recortado la oligarquía termidoriana, sucesora de Robespierre. En la práctica, calculados mecanismos institucionales cegaban los cauces efectivos de participación real a los electores, a cambio de darles la libertad de que le ratificasen en entusiásticos plebiscitos. El que validó su ascensión a primer cónsul al cesar la provisionalidad, arrojó menos de dos mil votos negativos entre varios millones de papeletas. Pero Napoleón no se contentó con alargar luego esta dignidad a una duración de diez años, sino que en 1802 la convirtió en vitalicia. Era poco todavía para el gran advenedizo que embriagaba a Francia de triunfos después de haber destruido militarmente a la segunda coalición en Marengo, y emprendía una deslumbrante reconstrucción interna.

Napoleón, Emperador

La heterogénea oposición a su gobierno fue desmantelada mediante drásticas represiones a derecha e izquierda, a raíz de fallidos atentados contra su persona; el ejemplo más amedrentador fue el secuestro y ejecución de un príncipe emparentado con los Borbones depuestos, el duque de Enghien, el 20 de marzo de 1804. El corolario de este proceso fue el ofrecimiento que le hizo el Senado al día siguiente de la corona imperial. La ceremonia de coronación se llevó a cabo el 2 de diciembre en Notre Dame, con la asistencia del papa Pío VII, aunque Napoleón se ciñó la corona a sí mismo y después la impuso a Josefina; el pontífice se limitó a pedir que celebrasen un matrimonio religioso, en un sencillo acto que se ocultó celosamente al público. Una nueva Constitución el mismo año afirmó aún más su autoridad omnímoda.

La historia del Imperio es una recapitulación de sus victorias sobre las monarquías europeas, aliadas en repetidas coaliciones contra Francia y promovidas en último término por la diplomacia y el oro ingleses. En la batalla de Austerlitz, de 1805, abatió la tercera coalición; en la de Jena, de 1806, anonadó al poderoso reino prusiano y pudo reorganizar todo el mapa de Alemania en la Confederación del Rin, mientras que los rusos eran contenidos en Friendland, en 1807. Al reincidir Austria en la quinta coalición, volvió a destrozarla en Wagram en 1809.

Nada podía resistirse a su instrumento de choque, la Grande Armée (el 'Gran Ejército'), y a su mando operativo, que, en sus propias palabras, equivalía a otro ejército invencible. Cientos de miles de cadáveres de todos los bandos pavimentaron estas glorias guerreras. Cientos de miles de soldados supervivientes y sus bien adiestrados funcionarios, esparcieron por Europa los principios de la Revolución francesa. En todas partes los derechos feudales eran abolidos junto con los mil particularismos económicos, aduaneros y corporativos; se creaba un mercado único interior, se implantaba la igualdad jurídica y política según el modelo del Código Civil francés, al que dio nombre -el Código Napoleón, matriz de los derechos occidentales, excepción hecha de los anglosajones-; se secularizaban los bienes eclesiásticos; se establecía una administración centralizada y uniforme y la libertad de cultos y de religión, o la libertad de no tener ninguna. Con estas y otras medidas se reemplazaban las desigualdades feudales -basadas en el privilegio y el nacimiento- por las desigualdades burguesas -fundadas en el dinero y la situación en el orden productivo-.

La obra napoleónica, que liberó fundamentalmente la fuerza de trabajo, es el sello de la victoria de la burguesía y puede resumirse en una de sus frases: «Si hubiera dispuesto de tiempo, muy pronto hubiese formado un solo pueblo, y cada uno, al viajar por todas partes, siempre se habría hallado en su patria común». Esta temprana visión unitarista de Europa, quizá la clave de la fascinación que ha ejercido su figura sobre tan diversas corrientes historiográficas y culturales, ignoraba las peculiaridades nacionales en una uniformidad supeditada por lo demás a la égida imperialista de Francia. Así, una serie de principados y reinos férreamente sujetos, mero glacis defensivo en las fronteras, fueron adjudicados a sus hermanos y generales. El excluido fue Luciano Bonaparte, a resultas de una prolongada ruptura fraternal.

A las numerosas infidelidades conyugales de Josefina durante sus campañas, por lo menos hasta los días de la ascensión al trono, apenas había correspondido Napoleón con algunas aventuras fugaces. Éstas se trocaron en una relación de corte muy distinto al encontrar en 1806 a la condesa polaca María Walewska, en una guerra contra los rusos; intermitente, pero largamente mantenido el amor con la condesa, satisfizo una de las ambiciones napoleónicas, tener un hijo, León. Esta ansia de paternidad y de rematar su obra con una legitimidad dinástica se asoció a sus cálculos políticos para empujarle a divorciarse de Josefina y solicitar a una archiduquesa austriaca, María Luisa, emparentada con uno de los linajes más antiguos del continente.

Sin otro especial relieve que su estirpe, esta princesa cumplió lo que se esperaba del enlace, al dar a luz en 1811 a Napoleón II -de corta y desvaída existencia, pues murió en 1832-, proclamado por su padre en sus dos sucesivas abdicaciones, pero que nunca llegó a reinar. Con el tiempo, María Luisa proporcionó al emperador una secreta amargura al no compartir su caída, ya que regresó al lado de sus progenitores, los Habsburgo, con su hijo, y en la corte vienesa se hizo amante de un general austriaco, Neipperg, con quien contrajo matrimonio en segundas nupcias a la muerte de Napoleón.

El ocaso

El año de su matrimonio con María Luisa, 1810, pareció señalar el cenit napoleónico. Los únicos Estados que todavía quedaban a resguardo eran Rusia y Gran Bretaña, cuya hegemonía marítima había sentado de una vez por todas Nelson en Trafalgar, arruinando los proyectos mejor concebidos del emperador. Contra esta última había ensayado el bloqueo continental, cerrando los puertos y rutas europeos a las manufacturas británicas. Era una guerra comercial perdida de antemano, donde todas las trincheras se mostraban inútiles ante el activísimo contrabando y el hecho de que la industria europea aún estuviese en mantillas respecto de la británica y fuera incapaz de surtir la demanda. Colapsada la circulación comercial, Napoleón se perfiló ante Europa como el gran estorbo económico, sobre todo cuando las mutuas represalias se extendieron a los países neutrales.

El bloqueo continental también condujo en 1808 a invadir Portugal, el satélite británico, y su llave de paso, España. Los Borbones españoles fueron desalojados del trono en beneficio de su hermano José, y la dinastía portuguesa huyó a Brasil. Ambos pueblos se levantaron en armas y comenzaron una doble guerra de Independencia que los dejaría destrozados para muchas décadas, pero fijaron y diezmaron a una parte de la Grande Armée en una agotadora lucha de guerrillas que se extendió hasta 1814, doblada en las batallas a campo abierto por un moderno ejército enviado por Gran Bretaña.

La otra parte del ejército, en la que había enrolado a contingentes de las diversas nacionalidades vencidas, fue tragada por las inmensidades rusas. En la campaña de 1812 contra el zar Alejandro I, Napoleón llegó hasta Moscú, pero en la obligada retirada perecieron casi medio millón de hombres entre el frío y el hielo del invierno ruso, el hambre y el continuo hostigamiento del enemigo. Toda Europa se levantó entonces contra el dominio napoleónico, y el sentimiento nacional de los pueblos se rebeló dando soporte al desquite de las monarquías; hasta en Francia, fatigada de la interminable tensión bélica y de una creciente opresión, la burguesía resolvió desembarazarse de su amo.

La batalla resolutoria de esta nueva coalición, la sexta, se libró en Leipzig en 1813, la «batalla de las Naciones», una de las grandes y raras derrotas de Napoleón. Fue el prólogo de la invasión de Francia, la entrada de los aliados en París y la abdicación del emperador en Fontainebleau, en abril de 1814, forzada por sus mismos generales. Las potencias vencedoras le concedieron la soberanía plena sobre la minúscula isla italiana de Elba y restablecieron en su lugar a los Borbones, arrojados por la Revolución, en la figura de Luis XVIII.

Su estancia en Elba, suavizada por los cuidados familiares de su madre y la visita de María Walewska, fue comparable a la de un león enjaulado. Tenía cuarenta y cinco años y todavía se sentía capaz de hacer frente a Europa. Los errores de los Borbones, que a pesar del largo exilio no se resignaban a pactar con la burguesía, y el descontento del pueblo le dieron ocasión para actuar. Desembarcó en Francia con sólo un millar de hombres y, sin disparar un solo tiro, en un nuevo baño triunfal de multitudes, volvió a hacerse con el poder en París.

Pero fue completamente derrotado en junio de 1815 por los vigilantes Estados europeos -que no habían depuesto las armas, atentos a una posible revigorización francesa- en Waterloo y puesto nuevamente en la disyuntiva de abdicar. Así concluyó su segundo período imperial, que por su corta duración se ha llamado de los Cien Días (de marzo a junio de 1815). Se entregó a los ingleses, que le deportaron a un perdido islote africano, Santa Elena, donde sucumbió lentamente a las iniquidades de un tétrico carcelero, Hudson Lowe. Antes de morir, el 5 de mayo de 1821, escribió unas memorias, el Memorial de Santa Elena, en las que se describió a sí mismo tal como deseaba que le viese la posteridad. Ésta aún no se ha puesto de acuerdo sobre su personalidad mezcla singular del bronco espadón cuartelero, el estadista, el visionario, el aventurero y el héroe de la antigüedad obsesionado por la gloria.

viernes, 25 de enero de 2008

MIRANDOTE

Por Camilo Bogoya.
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martes, 22 de enero de 2008

Un Arte Milenario en Bogotá

Tomado de http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2008/01/19/nosotros/NOS-03.html


Go, el juego más antiguo. Fernando Aguilar es uno de los pocos occidentales que se ha destacado internacionalmente en el Go, un juego chino de más de 4 mil años de existencia. En Oriente es considerado una de las cuatro artes clásicas, junto a la pintura, la música y la caligrafía.

El Go es un juego chino, un arte milenario cuya existencia data desde hace, por lo menos, 4000 años. Con un origen tan remoto, ninguna de las teorías existentes acerca de su origen está probada. Lo cierto es que en Oriente es un juego "clásico", al punto de ser considerado una de las cuatro artes clásicas, junto a la pintura, la música y la caligrafía.

El ingeniero Fernando Aguilar vive en nuestra ciudad y practica este arte milenario desde que tiene 11 años, cuando aún residía en Buenos Aires. Es uno de los pocos occidentales que ha logrado acceder a las máximas instancias internacionales; todo un referente nacional en la materia, como jugador y como docente.

Reside a metros del Parque del Sur, junto a su familia. Se dedica, desde la ingeniería, al problema del hábitat social; y por Internnet, a enseñar Go.

Simpleza, complejidad y estrategia

El Go es un juego de estrategia, al estilo del ajedrez y las damas, pero sus reglas son más simples, por lo que adquiere mayor complejidad: "Esto hace que la posibilidad de combinaciones sea casi infinita", explicó Fernando Aguilar.

El tablero tiene 19 líneas horizontales y 19 verticales, con un total de 361 puntos. El juego trae una cantidad de piedras (los más tradicionales están hechos de piedras blancas y negras, tal como se las llama en Japón) que se colocan en las intersecciones de las líneas. El Go tiene suficientes piedras como para cubrir todos los puntos: 181 negras y 180 blancas.

"La partida arranca con el tablero vacío. La jugada consiste en colocar una piedra en un punto vacío: comienzan las negras, en una intersección cualquiera; a continuación juega el blanco, que tiene 360 puntos para elegir, y así siguen de forma alternada", detalló Aguilar.

La cantidad posible de combinaciones es 361 x 360 x 359 x 358, etc., y así sucesivamente por la cantidad de jugadas que dura una partida, que puede oscilar entre 250 y 300, aproximadamente.

El número de combinaciones (361 x 360 x 359 x 358, etc.) arroja una cifra que, se calcula, supera la cantidad de átomos del universo: "El número es absolutamente inmanejable, es decir: las partidas de Go son casi infinitas. Por este motivo es prácticamente imposible que se juegue dos veces un mismo juego", precisó.

Rodear Territorios

El Go busca rodear las piedras del adversario o espacios vacíos en el tablero: etimológicamente el nombre significa "el juego del rodeo". Una vez que el adversario está rodeado, se captura la piedra y se la coloca aparte. La otra opción es rodear espacios vacíos, llamados "territorios".

Una partida amistosa puede durar una hora. En los torneos se juega por tiempo y pueden durar 3, 6 ó 16 horas; en las competencias más importantes de Japón se juegan a 8 horas por jugador.

A medida que avanza el tablero se va llenando de piedras, y los territorios empiezan a definirse: "Llega un momento donde queda bastante claro que un sector es del negro, otro del blanco, y ninguno de los dos puede intentar una invasión porque sería fácilmente refutada. De común acuerdo se decide el fin de la partida", explicó Aguilar.

El Go se define por puntos: cada punto de territorio rodeado es un punto, al igual que cada piedra capturada. El que logra reunir mayor cantidad gana.

El Juego en Argentina

En nuestro país, el Go empezó a desarrollarse en Buenos Aires, de la mano del ingeniero Hilario Fernández Long, rector de la UBA en la época la "noche de los bastones largos". En la década del '70, aprendió el Go de unos amigos y empezó a enseñarlo, mediante cursos que daba en el Centro Argentino de Ingenieros, de donde surge el grupo fundador de la Asociación Argentina de Go (www.go.org.ar).

"Hilario era mi tío -contó Fernando-. Nos enseñó a jugar Go a mi papá y a mi. Así empezamos: con un libro y jugando. Luego comenzamos a participar de los torneos que organizaba la Asociación. En esa época el juego tuvo un pequeño boom. La Asociación Argentina de Go contaba con 500 socios en Buenos Aires, pero después se redujo notablemente durante el proceso militar".

En década del 90 resurgió. Actualmente existe un centenar de jugadores que practican asiduamente el Go en nuestro país, incluso en Santa Fe.

Categorías Kyu

En el Go existe un sistema similar al de las artes marciales, las categorías Kyu: desde 25 Kyu (alguien que recién empieza) hasta 1er. Kyu. Quien llega a esta instancia pasa a ser 1 DAN, equivalente al cinturón negro de las artes marciales. Y de aquí va subiendo en la escala.

Los jugadores amateur llegan hasta 7 u 8 DAN. Desde los 6 DAN amateur, un jugador puede hacer la carrera profesional, pasando a integrar el circuito regulado por las asociaciones Japonesa de Go o la de Kansai. Estas tienen ligas internas para aspirantes a profesionales. En ambos casos se reciben de 1 DAN profesional, equivalente a 7 DAN amateur. De allí se sube hasta 9 DAN, la categoría máxima de los profesionales.

Fernando Aguilar es 7 DAN amateur. "A los occidentales nos cuesta equipararlos con los orientales -dice-, y creo que esto tiene que ver con que ellos cuentan con un acervo cultural milenario que hace que jueguen naturalmente, mientras que nosotros lo tenemos que aprender trabajosamente".

Más que un Juego

Uno de los nombres metafóricos del Go es shudan, término japonés que se traduce como "conversación de mano". Para dar una idea de la profundidad y sutileza del Go, dos jugadores que no hablen el mismo idioma pueden entablar, sin embargo, una conversación jugando una partida sin articular una sola palabra. Ni siquiera es necesario hacerlo para convenir que la partida está finalizada: el Go termina por mutuo acuerdo.

Una leyenda china dice que el emperador Yao inventó el Go para instruir a su hijo Dan Zhu. Otra dice que fue el emperador Shun, quien viendo tan estúpido Shang Jun, inventó el Go para instruirlo. Como se desprende de estas leyendas, la educación está vinculada fuertemente al juego desde su origen.

En Oriente consideran que los atributos pedagógicos del Go contribuyen a mejorar el desarrollo mental de los niños e, incluso, los resultados académicos. Entre otras cosas, el Go facilita la identificación de lo que es "importante" y lo que no; ayuda a evaluar alternativas; a aplicar y recordar acciones y técnicas; a desarrollar la alternativa adecuada estratégica y tácticamente; a calcular el valor y el riesgo de cada alternativa; y a planificar a largo plazo.

En Japón, saber jugar al Go (a partir de cierto nivel) puntúa en las pruebas de acceso a las Universidades, tanto públicas como privadas, de tal forma que a estos ingresantes se los admite directamente. Lo mismo sucede en Corea, donde existe un proyecto de establecer el Baduk como carrera universitaria en dos casas de altos estudios: la de Kyang Ki y la de Myon Ji (Seúl).

Un Pasado Misterioso

Las Teorías sobre el Origen

Go (o Igo) es el nombre japonés que se impuso en Occidente. En China se lo denomina Wei-ch'i (también escrito Wei Qi, Weiqi o Weiki) y en Corea, Baduk o Patuk. El Go se juega de manera profesional fundamentalmente en estos tres países, donde existen asociaciones y torneos profesionales, y en los últimos años también competencias Internacionales.

Curiosamente, en Occidente no se supo de su existencia hasta la segunda mitad del siglo XX, difusión que se dio progresivamente en la década de 1950 en Europa.

Sin embargo, existen algunas crónicas de misioneros jesuitas que datan del siglo XVII, donde relataban la existencia de un juego, explicaban de qué se trataba, pero no entendían qué era lo que jugaban.

Varias son las teorías que explican el origen del Go. Pero la mayor parte de los escritos chinos citan que el sabio emperador Yao inventó el Wei-chi'i para instruir a su hijo Dan Zhu.

Otra hipótesis sostenida por algunos investigadores indican que el tablero y las piedras habrían sido utilizados inicialmente como instrumentos para una antigua forma de cálculo.

Otra teoría sostiene que pudo haber surgido entre 1134-771 aC., como un juego relacionado con el sistema de reparto de tierras para cultivo entre los agricultores, puesto que con este método denominado "sistema del pozo", la tierra se dividía en zonas cuadriculadas, a semejanza de un tablero de Go.

Otra sostiene que el Go surgió como derivación de algún método de adivinación practicado por reyes, chamanes o astrólogos de la cultura Chou, en la cuenca del río Wei, antiguo corazón de la China. Se cree que uno de estos métodos consistía en el reparto de las piedras blancas y negras en un tablero cuadrado, que representaba la Tierra.

Los Torneos

Historia

En 1979 se jugó el primer campeonato amateur en Japón, que se disputa anualmente hasta hoy. "Yo participé de este torneo gracias a una invitación para dos argentinos. Lo organiza la Federación Internacional de Go, con el auspicio de empresas japonesas, y van 70 jugadores de todo el mundo. Ese año fuimos dos argentinos: yo, que tenía 19 años, y mi compañero, de 11, el más chico del torneo. El más viejo era un japonés de 80", recordó Fernando.

Internet

Juego virtual

En Argentina se juegan torneos desde 1973 y son anuales. Hoy, los jugadores pueden participar vía internet. A nivel internacional, también se disputa el torneo organizado por la Organización Iberoamericana de Go, y otras dos competencias en Japón y Corea.

En Oriente

Gran desarrollo

En Japón hay dos torneos con plazas para Sudamérica. La Copa Fujistu, donde participan profesionales de Japón, China, Corea, Taiwán, Norteamérica y Europa. "Yo participé en algunas ocasiones, lugar que disputamos generalmente con Brasil -explica Aguilar-. Pero profesionales sólo hay en Japón, China, Corea y Taiwán".

La Copa Toyota-Denso se realiza cada dos años y otorga una plaza para Centro y Sudamérica. "Participé en las tres ediciones (2002, 2004 y 2006). En la primera llegué a cuartos de final, en la segunda me tocó jugar con el número 1 del mundo y en el 2006 contra un 9 DAN de Taiwán. Perdí por 2 puntos y medio, o sea, hice un muy buen papel".

Fernando Aguilar participó del campeonato internacional amateur en 1979, 1980, 1982 y 2001. En 1982 obtuvo el 5to. lugar y en 2001, el 9no.

En Síntesis

Palabras Claves

Hay algunos términos que hay que conocer acerca de este juego milenario: Wei-chi es el nombre chino del juego. Baduk, su denominación en Corea. Go o I-Go, su definición en Japón.

En el Tablero

Lajas y Conchillas

El tablero (laja) está compuesto por 19 líneas verticales y 19 horizontales, lo que hace un total de 361 puntos. Se juega con piedras blancas (conchillas de almejas pulidas) y negras (lajas negras pulidas).

domingo, 20 de enero de 2008

Galileo Galilei

Tomado de http://www.biografiasyvidas.com/monografia/galileo/


Galileo Galilei nació en Pisa el 15 de febrero de 1564. Lo poco que, a través de algunas cartas, se conoce de su madre, Giulia Ammannati di Pescia, no compone de ella una figura demasiado halagüeña. Su padre, Vincenzo Galilei, era florentino y procedía de una familia que tiempo atrás había sido ilustre; músico de vocación, las dificultades económicas lo habían obligado a dedicarse al comercio, profesión que lo llevó a instalarse en Pisa. Hombre de amplia cultura humanista, fue un intérprete consumado y un compositor y teórico de la música, cuyas obras sobre el tema gozaron de una cierta fama en la época. De él hubo de heredar Galileo no sólo el gusto por la música (tocaba el laúd), sino también el carácter independiente y el espíritu combativo, y hasta puede que el desprecio por la confianza ciega en la autoridad y el gusto por combinar la teoría con la práctica. Galileo fue el primogénito de siete hermanos de los que tres (Virginia, Michelangelo y Livia) hubieron de contribuir, con el tiempo, a incrementar sus problemas económicos. En 1574 la familia se trasladó a Florencia y Galileo fue enviado un tiempo al monasterio de Santa Maria di Vallombrosa, como alumno o quizá como novicio.

Juventud académica

En 1581 Galileo ingresó en la Universidad de Pisa, donde se matriculó como estudiante de medicina por voluntad de su padre. Cuatro años más tarde, sin embargo, abandonó la universidad sin haber obtenido ningún título, aunque con un buen conocimiento de Aristóteles. Entretanto, se había producido un hecho determinante en su vida: su iniciación en las matemáticas, al margen de sus estudios universitarios, y la consiguiente pérdida de interés por su carrera como médico. De vuelta en Florencia en 1585, Galileo pasó unos años dedicado al estudio de las matemáticas, aunque interesado también por la filosofía y la literatura (en la que mostraba sus preferencias por Ariosto frente a Tasso); de esa época data su primer trabajo sobre el baricentro de los cuerpos -que luego recuperaría, en 1638, como apéndice de la que habría de ser su obra científica principal- y la invención de una balanza hidrostática para la determinación de pesos específicos, dos contribuciones situadas en la línea de Arquímedes, a quien Galileo no dudaría en calificar de «sobrehumano».

Tras dar algunas clases particulares de matemáticas en Florencia y en Siena, trató de obtener un empleo regular en las universidades de Bolonia, Padua y en la propia Florencia. En 1589 consiguió por fin una plaza en el Estudio de Pisa, donde su descontento por el paupérrimo sueldo percibido no pudo menos que ponerse de manifiesto en un poema satírico contra la vestimenta académica. En Pisa compuso Galileo un texto sobre el movimiento, que mantuvo inédito, en el cual, dentro aún del marco de la mecánica medieval, criticó las explicaciones aristotélicas de la caída de los cuerpos y del movimiento de los proyectiles; en continuidad con esa crítica, una cierta tradición historiográfica ha forjado la anécdota (hoy generalmente considerada como inverosímil) de Galileo refutando materialmente a Aristóteles mediante el procedimiento de lanzar distintos pesos desde lo alto del Campanile, ante las miradas contrariadas de los peripatéticos...

En 1591 la muerte de su padre significó para Galileo la obligación de responsabilizarse de su familia y atender a la dote de su hermana Virginia. Comenzaron así una serie de dificultades económicas que no harían más que agravarse en los años siguientes; en 1601 hubo de proveer a la dote de su hermana Livia sin la colaboración de su hermano Michelangelo, quien había marchado a Polonia con dinero que Galileo le había prestado y que nunca le devolvió (por el contrario, se estableció más tarde en Alemania, gracias de nuevo a la ayuda de su hermano, y envió luego a vivir con él a toda su familia).

La necesidad de dinero en esa época se vio aumentada por el nacimiento de los tres hijos del propio Galileo: Virginia (1600), Livia (1601) y Vincenzo (1606), habidos de su unión con Marina Gamba, que duró de 1599 a 1610 y con quien no llegó a casarse. Todo ello hizo insuficiente la pequeña mejora conseguida por Galileo en su remuneración al ser elegido, en 1592, para la cátedra de matemáticas de la Universidad de Padua por las autoridades venecianas que la regentaban. Hubo de recurrir a las clases particulares, a los anticipos e, incluso, a los préstamos. Pese a todo, la estancia de Galileo en Padua, que se prolongó hasta 1610, constituyó el período más creativo, intenso y hasta feliz de su vida.

En Padua tuvo ocasión Galileo de ocuparse de cuestiones técnicas como la arquitectura militar, la castrametación, la topografía y otros temas afines de los que trató en sus clases particulares. De entonces datan también diversas invenciones, como la de una máquina para elevar agua, un termoscopio y un procedimiento mecánico de cálculo que expuso en su primera obra impresa: Le operazioni del compasso geometrico e militare, 1606. Diseñado en un principio para resolver un problema práctico de artillería, el instrumento no tardó en ser perfeccionado por Galileo, que amplió su uso en la solución de muchos otros problemas. La utilidad del dispositivo, en un momento en que no se habían introducido todavía los logaritmos, le permitió obtener algunos ingresos mediante su fabricación y comercialización.

En 1602 Galileo reemprendió sus estudios sobre el movimiento, ocupándose del isocronismo del péndulo y del desplazamiento a lo largo de un plano inclinado, con el objeto de establecer cuál era la ley de caída de los graves. Fue entonces, y hasta 1609, cuando desarrolló las ideas que treinta años más tarde, constituirían el núcleo de sus Discorsi.

El mensaje de los astros

En julio de 1609, de visita en Venecia (para solicitar un aumento de sueldo), Galileo tuvo noticia de un nuevo instrumento óptico que un holandés había presentado al príncipe Mauricio de Nassau; se trataba del anteojo, cuya importancia práctica captó Galileo inmediatamente, dedicando sus esfuerzos a mejorarlo hasta hacer de él un verdadero telescopio. Aunque declaró haber conseguido perfeccionar el aparato merced a consideraciones teóricas sobre los principios ópticos que eran su fundamento, lo más probable es que lo hiciera mediante sucesivas tentativas prácticas que, a lo sumo, se apoyaron en algunos razonamientos muy sumarios.

Sea como fuere, su mérito innegable residió en que fue el primero que acertó en extraer del aparato un provecho científico decisivo. En efecto, entre diciembre de 1609 y enero de 1610 Galileo realizó con su telescopio las primeras observaciones de la Luna, interpretando lo que veía como prueba de la existencia en nuestro satélite de montañas y cráteres que demostraban su comunidad de naturaleza con la Tierra; las tesis aristotélicas tradicionales acerca de la perfección del mundo celeste, que exigían la completa esfericidad de los astros, quedaban puestas en entredicho. El descubrimiento de cuatro satélites de Júpiter contradecía, por su parte, el principio de que la Tierra tuviera que ser el centro de todos los movimientos que se produjeran en el cielo. En cuanto al hecho de que Venus presentara fases semejantes a las lunares, que Galileo observó a finales de 1610, le pareció que aportaba una confirmación empírica al sistema heliocéntrico de Copérnico, ya que éste, y no el de Tolomeo, estaba en condiciones de proporcionar una explicación para el fenómeno.

Ansioso de dar a conocer sus descubrimientos, Galileo redactó a toda prisa un breve texto que se publicó en marzo de 1610 y que no tardó en hacerle famoso en toda Europa: el Sidereus Nuncius, el 'mensajero sideral' o 'mensajero de los astros', aunque el título permite también la traducción de 'mensaje', que es el sentido que Galileo, años más tarde, dijo haber tenido en mente cuando se le criticó la arrogancia de atribuirse la condición de embajador celestial.

El libro estaba dedicado al gran duque de Toscana Cósimo II de Médicis y, en su honor los satélites de Júpiter recibían allí el nombre de «planetas Medíceos». Con ello se aseguró Galileo su nombramiento como matemático y filósofo de la corte toscana y la posibilidad de regresar a Florencia, por la que venía luchando desde hacía ya varios años. El empleo incluía una cátedra honoraria en Pisa, sin obligaciones docentes, con lo que se cumplía una esperanza largamente abrigada y que le hizo preferir un monarca absoluto a una república como la veneciana, ya que, como él mismo escribió, «es imposible obtener ningún pago de una república, por espléndida y generosa que pueda ser, que no comporte alguna obligación; ya que, para conseguir algo de lo público, hay que satisfacer al público».

La batalla del copernicanismo

El 1611 un jesuita alemán, Christof Scheiner, había observado las manchas solares publicando bajo seudónimo un libro acerca de las mismas. Por las mismas fechas Galileo, que ya las había observado con anterioridad, las hizo ver a diversos personajes durante su estancia en Roma, con ocasión de un viaje que se calificó de triunfal y que sirvió, entre otras cosas, para que Federico Cesi le hiciera miembro de la Accademia dei Lincei que él mismo había fundado en 1603 y que fue la primera sociedad científica de una importancia perdurable.

Bajo sus auspicios se publicó en 1613 la Istoria e dimostrazione interno alle macchie solari, donde Galileo salía al paso de la interpretación de Scheiner, quien pretendía que las manchas eran un fenómeno extrasolar («estrellas» próximas al Sol, que se interponían entre éste y la Tierra). El texto desencadenó una polémica acerca de la prioridad en el descubrimiento, que se prolongó durante años e hizo del jesuita uno de los más encarnizados enemigos de Galileo, lo cual no dejó de tener consecuencias en el proceso que había de seguirle la Inquisición. Por lo demás, fue allí donde, por primera y única vez, Galileo dio a la imprenta una prueba inequívoca de su adhesión a la astronomía copernicana, que ya había comunicado en una carta a Kepler en 1597.

Ante los ataques de sus adversarios académicos y las primeras muestras de que sus opiniones podían tener consecuencias conflictivas con la autoridad eclesiástica, la postura adoptada por Galileo fue la de defender (en una carta dirigida a mediados de 1615 a Cristina de Lorena) que, aun admitiendo que no podía existir contradicción ninguna entre las Sagradas Escrituras y la ciencia, era preciso establecer la absoluta independencia entre la fe católica y los hechos científicos. Ahora bien, como hizo notar el cardenal Bellarmino, no podía decirse que se dispusiera de una prueba científica concluyente en favor del movimiento de la Tierra, el cual, por otra parte, estaba en contradicción con las enseñanzas bíblicas; en consecuencia, no cabía sino entender el sistema copernicano como hipotético. En este sentido, el Santo Oficio condenó el 23 de febrero de 1616 al sistema copernicano como «falso y opuesto a las Sagradas Escrituras», y Galileo recibió la admonición de no enseñar públicamente las teorías de Copérnico.

Galileo, conocedor de que no poseía la prueba que Bellarmino reclamaba, por más que sus descubrimientos astronómicos no le dejaran lugar a dudas sobre la verdad del copernicanismo, se refugió durante unos años en Florencia en el cálculo de unas tablas de los movimientos de los satélites de Júpiter, con el objeto de establecer un nuevo método para el cálculo de las longitudes en alta mar, método que trató en vano de vender al gobierno español y al holandés.

En 1618 se vio envuelto en una nueva polémica con otro jesuita, Orazio Grassi, a propósito de la naturaleza de los cometas, que dio como resultado un texto, Il Saggiatore (1623), rico en reflexiones acerca de la naturaleza de la ciencia y el método científico, que contiene su famosa idea de que «el Libro de la Naturaleza está escrito en lenguaje matemático». La obra, editada por la Accademia dei Lincei, venía dedicada por ésta al nuevo papa Urbano VIII, es decir, el cardenal Maffeo Barberini, cuya elección como pontífice llenó de júbilo al mundo culto en general y, en particular, a Galileo, a quien el cardenal había ya mostrado su afecto.

La nueva situación animó a Galileo a redactar la gran obra de exposición de la cosmología copernicana que ya había anunciado en 1610: el Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, tolemaico e copernicano; en ella, los puntos de vista aristotélicos defendidos por Simplicio se confrontaban con los de la nueva astronomía abogados por Salviati, en forma de diálogo moderado por la bona mens de Sagredo. Aunque la obra fracasó en su intento de estar a la altura de las exigencias expresadas por Bellarmino, ya que aportaba, como prueba del movimiento de la Tierra, una explicación falsa de las mareas, la inferioridad de Simplicio ante Salviati era tan manifiesta que el Santo Oficio no dudó en abrirle un proceso a Galileo, pese a que éste había conseguido un imprimatur para publicar el libro en 1632. Iniciado el 12 de abril de 1633, el proceso terminó con la condena a prisión perpetua, pese a la renuncia de Galileo a defenderse y a su retractación formal. La pena fue suavizada al permitírsele que la cumpliera en su quinta de Arcetri, cercana al convento donde en 1616 y con el nombre de sor Maria Celeste había ingresado su hija más querida, Virginia, que falleció en 1634.

En su retiro, donde a la aflicción moral se sumaron las del artritismo y la ceguera, Galileo consiguió completar la última y más importante de sus obras: los Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno à due nueve scienze, publicado en Leiden por Luis Elzevir en 1638. En ella, partiendo de la discusión sobre la estructura y la resistencia de los materiales, Galileo sentó las bases físicas y matemáticas para un análisis del movimiento, que le permitió demostrar las leyes de caída de los graves en el vacío y elaborar una teoría completa del disparo de proyectiles. La obra estaba destinada a convertirse en la piedra angular de la ciencia de la mecánica construida por los científicos de la siguiente generación, con Newton a la cabeza.

En la madrugada del 8 al 9 de enero de 1642, Galileo falleció en Arcetri confortado por dos de sus discípulos, Vincenzo Viviani y Evangelista Torricelli, a los cuales se les había permitido convivir con él los últimos años.

sábado, 19 de enero de 2008

Frase Célebre - Albert Einstein

"La imaginación es más importante que el conocimiento"

Albert Einstein




miércoles, 16 de enero de 2008

Convivencia Vs Desarrollo

Por Estela Bogoya.
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Respecto a la descomposición social que se vive más en las grandes ciudades, como Bogotá; donde el común de sus habitantes por lo general, trabajan a grandes distancias de su lugar de vivienda, soportando el estrés diario de las dificultades en el tráfico. Se sale de la casa en la madrugada, regresando en la noche; el desayuno y el almuerzo no está en el horario diario, se toma cualquier cosa durante el día aumentando las enfermedades: gástricas, nerviosas…Ya que se hace una sola comida en la noche.

Con respecto al compartir familiar; se ha deteriorado ya que pasa la semana y no hay ese compartir familiar con los miembros del mismo, ya que los hijos estudian durante el día y cuando regresan a casa, los padres aún no culminan su jornada laboral, se cruzan los horarios, y el diálogo familiar se deteriora cada vez más, cada miembro gira como rueda suelta, cada miembro sobrevive por su lado, en ésta mole de cemento.

Mientras que la vida en los pueblos, donde todo queda cerca: el trabajo, el estudio, el servicio médico, los bancos. Se lleva una vida más tranquila, se conserva el diálogo permanente de la familia, se disfruta de las comidas en familia, se conserva la salud, hasta las estadísticas sobre la longevidad son las más altas.

Según Manfred Max-Neef “ Estamos viviendo una especie de megacrisis”,donde la descomposición social llega a todos los campos, a todos los rincones de la sociedad, donde la impunidad está a la orden del día, con la situación tan conflictiva en nuestro país de la parapolítica, donde desde el presidente, con todo su gabinete están implicados en una serie de escándalos que crecen como una bola de nieve, montaña abajo, sin poderse detener, porque en su camino se va llevando; ministros, senadores, personas que hasta hace muy poco eran intocables por su fuero político.

Estos desastres de origen humano, superan los causados, por la naturaleza. Ante ésta situación, nos hemos vuelto apáticos, e indolentes, frente a la crisis de nuestro país; al secuestro, a la muerte de tantos ciudadanos, tantos niños que a diario dejan de existir en unas condiciones infrahumanas. ¿ QUÉ ESTAMOS HACIENDO? Nada, dejar pasar las cosas y seguir. Ya se nos hace raro que las noticias no estén colmadas de hechos violentos; que la televisión que vemos con nuestros hijos sea amarillista por naturaleza, donde se resalta la falta de valores en todo sentido, se menosprecia al personaje decente, bien educado, que ha crecido con la conciencia del temor a Dios, en medio de una jauría de lobos atentos a devorarlo al menor descuido.

Nos hemos desarrollado con la premisa de adaptar el entorno, a lo que nosotros consideramos nuestros deseos; destruyendo bosques, selvas, vegetación, fauna. Al punto de que existen muchas especies en vía de extinción, tales como: El oso de anteojos, el tiburón blanco, la ballena azul, el cóndor de los Andes, entre otras.

Para satisfacer nuestro ego; de fabricar las megaciudades, los rascacielos, donde se genera un alto grado de contaminación: de fuentes hídricas, con grandes cantidades de deshechos tanto orgánicos, como inorgánicos; de la atmósfera que respiramos, lo que se ha vuelto un lujo, porque cada día es más común ver ciudadanos usando tapabocas en las calles de nuestras ciudades, cubriendo boca y nariz para evitar respirar éste aire tan contaminado. Y qué decir de la contaminación visual, donde por doquier está saturado el espacio a nuestro alrededor con propagandas de todo índole encaminando al consumismo.

No debemos descontar la contaminación auditiva, la que durante todo el día desde que salimos de nuestras casas, nos afecta; con los pitos de los carros incesantes, que disparan las alarmas del estrés a grados muy altos, alterando nuestro sistema nervioso, somatizando diferentes enfermedades, tales como la migraña. Provocando desde la llegada a nuestro sitio de trabajo un estado poco apto para el desarrollo óptimo de nuestro trabajo profesional. Los gritos, la carrera desenfrenada de los conductores por la guerra del centavo; entre otros acontecimientos cotidianos, hacen que al terminar nuestra jornada laboral regresemos a nuestros hogares, agotados por el estrés del día. Lo cual nos conlleva a ser caldo de cultivo de enfermedades degenerativas como: alteraciones cardíacas y cáncer en los diferentes órganos del cuerpo humano.

Al combinar inteligencia con capacidad de manipulación, en términos de acción, dejamos de percibir totalidades, ya que tan solo nos llegan fragmentos, de lo que sucede a diario. No tenemos una visión global del efecto de nuestras acciones; cómo pueden repercutir en nuestros semejantes, en nuestro entorno, ya que tan solo vemos apartes de nuestra realidad actual.

Nuestra percepción de las situaciones es local, porque no tenemos la capacidad de observar todo el conjunto, solo fragmentos, tan solo lo que nos afecta, sin pensar que nuestros actos tendrán consecuencias en nuestro entorno, creando el efecto DOMINO.

Nuestros actos positivos o negativos; repercutirán en el resto de la humanidad, ya sea a corto, mediano o largo plazo.

El ser humano, se fragmenta, en el momento que evoluciona; ya que descubre: el trabajo, inventa el empleo, tiene diferentes sitios para: dormir, comer, divertirse, sanarse, educarse.

Nuestras relaciones son locales, fragmentadas, perdemos la capacidad de captar totalidades, por tal razón observamos y analizamos nuestro entorno, inmediato, sin tener en cuenta las repercusiones a las que conlleva nuestras acciones actuales.

Los avances científicos son cada ves más asombrosos, el hombre ha llegado a instancias antes insospechadas, ha logrado inventos, avances que han mejorado la salud, las comunicaciones, la industria, el comercio. Al contrario de ésta situación; la convivencia entre los seres humanos va en contravía con el desarrollo.

Actualmente, la vida no vale nada, se mata por mil pesos, se han perdido los valores del respeto, la consideración al prójimo, la honradez, la lealtad; se calumnia, se maltrata, sin tener en cuenta que la ley de la compensación existe y todo se nos devuelve en la misma medida de nuestros actos, “Con la misma vara que midas, seréis medido”.

A diario estamos abocados, a describir y explicar qué es el conocimiento ( reino de la ciencia). Ya que sólo comprendemos aquello, que somos capaces de penetrar, en profundidad.

Al comprender las transformaciones, de las cuales nosotros formamos parte y de las que no nos podemos desligar, originamos un ser creativo.

Cuando comprendemos una situación, la podemos transformar en beneficio propio y de la comunidad.

En la actualidad, la capacitación, está dirigida a un fragmento de la persona; como: Administrar, llevar una contabilidad, entre otras. La educación, no es Holística, no tiene en cuenta todas las dimensiones del ser humano, solo se preocupa por dar unos contenidos, en las diferentes asignaturas, segmentando al estudiante, sin tener en cuenta que es un todo.

Descubrir, es un acto, profundamente creativo, solo se descubre si permanecemos en un estado de alerta, donde sentimos todo lo que sucede a nuestro alrededor, que no es lo mismo, que dejarnos llevar por la corriente, sin detenernos a pensar en nuestro aporte para mejorar la sociedad en que vivimos. “ Nos encontramos ante el miedo cotidiano de nuestras realidades y tememos acercarnos al centro de nuestra vida más profunda, aquella a la vez lejana de nuestras propias existencias”.